Antes de pasar a la parte más práctica de esa seguidilla de temas acerca de la ambientación de las aulas, se me ocurrió que estaría bueno explicar por qué hablo de ambientar y no de decorar.
Según como lo entiendo, la decoración forma parte de la ambientación, pero ésta última implica algo más amplio y profundo.
Si pienso en la decoración del aula es probable que tenga en cuenta qué cosas poner en el aula para que quede prolija, linda y atractiva para las personas que asistan y para uno mismo (que de última somos los que más tiempo pasamos allí). Pero, si pienso en cómo crear un ambiente determinado en el aula, que me ayude a cumplir y enriquecer los objetivos de aprendizaje que tengo para mis alumnos, ahí estoy hablando de ambientar.
Es así que si nos proponemos ambientar en vez de decorar, la planificación de nuestras actividades pasa a un lugar VIP. No puedo pensar en cómo quiero que esté organizada el aula si todavía no tengo claro lo que quiero lograr, el para qué cambiar las cosas que ya tenía. Y este es un punto en el que yo me he equivocado mucho. «Fin del trimestre» por mucho tiempo para mi implicó «nuevo lugar a donde van las ofrendas, nuevas historias, así que hay que cambiar la decoración».
Hasta que en algún momento hice el clic, y empecé por detenerme a pensar qué queríamos lograr con los chicos ese trimestre. En qué considerábamos que teníamos que mejorar, en qué aspectos sentíamos que necesitábamos concentrarnos. Es así que el comentario «no están llegando temprano; no leen la lección», desencadenó el invento de un nuevo incentivo, por ejemplo aquella vez con «el innombrable», y tremenda quemada de neuronas nos llevó a querer que los chicos lo disfruten y valoren, así que nos pusimos a pensar en el lugar donde iba a estar el juego, y cómo hacerlo divertido.
El objetivo guió la ambientación.
Así les puedo contar muchos ejemplos, pero no quiero ponerme repetitiva (lo reto a mi papá por esto, perdería autoridad). El objetivo de nuestra tarea, lo que queramos enseñar es lo más importante. Pero el cómo y el dónde se pelean por el segundo puesto.
El dicho «la facha es lo de menos» no se aplica cuando de aulas y educación se habla. Me acuerdo que cuando era chica, algunos domingos después de ir al club de conquistadores, pasábamos con mi papá por «el fortín» (los que viven en Florencio Varela sabrán a dónde me refiero) a comprar una porción de papas fritas. Eran la gloria. Las papas fritas. «El fortín» no. El «local» quedaba al lado de un descampado donde se hacían domas de caballos y otros tipos de eventos populares. Estaba hecho con chapas, sin paredes, poco iluminado, mucho humo y olor a fritanga, mucho polvo y poca escoba. Como se imaginarán, no nos quedábamos a comer ahí. Esperábamos nuestra porción (salía $1,50!!!) y nos íbamos a comerlas a casa (si es que alcanzaban a llegar ilesas). Algo que no pasaba nunca cuando íbamos a McDonald’s (mucho menos frecuente, por cierto). Las papas fritas eran buenas en los dos lados. Pero sólo de uno de ellos no me quería ir.
Nosotros cada sábado les damos algo mucho más lindo e importante (y sano!!) que las papas fritas. Y es tan bueno y relevante, que no importa que estemos bajo 3 chapas o en un aula con piso parqué, Dios va a guiar a sus niños cada sábado a ese lugar. Pero en nosotros está gran parte de la responsabilidad de hacer que sea cual fuere el lugar en el que nos toca estar, sepamos crear un ambiente al que los chicos estén desesperados por volver. Que no quieran delivery ni automac, que quieran estar ahí.
Mi desafío es que nos creamos que somos «ambientadores de interiores» ahora que empieza un nuevo trimestre, y pensemos cómo diseñar un espacio que nos ayude a cumplir lo que nos proponemos, un espacio adaptado a la edad y las características de nuestros alumnos, y que sea atractivo y entretenido.
Se la creen conmigo? Los leo!!
un abrazo,
Gise